Pedro Izquierdo

8-9-2017

A  NUESTRO  GATO  NEGRO

No paro de pensar en vosotros,
mientras escribo, las lágrimas empañan mis gafas.
Aunque no sea un gran poema,
se que lloraremos todos al recordar nuestra desdicha.
Era imposible no escribir, lo siento.

Cuando piensas, sin saber qué puedes hacer,
es cuando se muestra la impotencia.

La impotencia es ese hielo que congela los actos
mientras tu cabeza no para de pensar,
incapaz de obtener una respuesta.

Derramasteis el cariño con la palma de la mano,
acariciando ese negro pelo siempre agradecido.

Nunca tuvieron mejor compañía que vuestra bondad,
(ahora injustamente ultrajada),
esos grandes ojos, tristes y amarillos.

Estábamos tan juntos este verano
que su felicidad paseaba por los pasillos
tímida y lentamente como si el tiempo se parara,
con ese arnés rojo que tú le pusiste
y que a veces, engañándonos,
se escondía entre su largo pelo.

Sé que al entrar, mirareis al sillón donde él se tumbaba.

Sé que buscaréis por los rincones esperando su mirada.

Sé que querríais oír su particular maullar,
aunque ese ruido rompiera el silencio de la noche
y al final os despertara.

No maullaba como un gato, eran sonidos del alma.

Nunca olvidaré como esperaba paciente,
y cuando yo me tumbaba, saltaba sobre mi pecho
pidíendome  las caricias, con su cabeza en mi mano,
antes que yo me marchara.
Movía de felicidad su cola, como un ángel mueve sus alas.

Sé que ahora no hay consuelo.
Dicen que el tiempo lo borra todo,
es posible,
¿pero cuantas cicatrices debilitan nuestra alma?
¿pero con cuantos desgarros las arterías se desangran?.

No le olvidaré jamás, y aunque el tiempo borre todo,
nunca  se me borrará su cara.

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