Mariano
Daniel es un ingeniero uruguayo que se dedica a hacer represas para el campo. También es escritor. Nos vimos solamente una vez hace años en Montevideo y me regaló este escrito. No recuerdo su apellido, y bien que lo siento, pero si alguna vez ve aquí su bellísimo relato que sepa que tengo un grandísimo recuerdo de él.
EL OFICIO
Daniel
¿Será un oficio esto?
Conocer la arcilla más fina, la de partículas impalpables, la que sirve para el centro del dique, porque compactada es impermeable, amasarla entre los dedos y la palma de la mano, caminar por la orilla del cañadón, mirando de paso las tarariras que duermen al sol entre los camalotes, buscar un lugar donde las lomas se acerquen al cauce, haciendo cintura, y el valle aguas arriba se ensanche para dar amplitud al lago.
Buscar la tierra que servirá para los taludes de la represa, la gramilla para cubrir la superficie expuesta a la lluvia, o a las corrientes del desagüe, o a las olas que cuando sople el viento Sur golpearán sin pausas.
Construir durante meses el dique, rodeando en la noche el campamento con los tractores y las traíllas para ampararnos del viento, viviendo en la misma tierra que luego será fondo del lago y que se irá llenando de agua y de peces, cuando estemos lejos.
De allí sacarán los agricultores el agua para regar el arroz, el maíz, o los naranjales valle abajo.
Azude es una palabra mora que se usa en el norte para renombrar lo que en otras regiones se llama tajamar.
En los campos de Cerro Largo todavía se le dice hereje al cruel.
Corsario, al milico demasiado entusiasta en las persecuciones.
Real, a la monedita de diez centésimos, así que “gastar un real de prosa", es mantener una breve charla.
Azuderos, nos llamaron a nosotros.
Son voces y sombras de la vieja España que aún habitan las casonas perdidas en el campo.
En la ciudad, algunas noches de invierno y temporal me despiertan los truenos, miro desde mi ventana, la lluvia que golpea el hormigón y corre como si disolviera las paredes de cemento y pienso en mis represas de tierra y gramilla diseminadas por el país. Y me da miedo por ellas y por mí. Temo que algunas no resistan. Recuerdo cada cuenca, las mansas y apacibles y las turbulentas y traidoras y sé que los arroyos empiezan a desbordarse y arrastran alambradas y animales que no salieron a tiempo, y casi siento pánico porque la lluvia aumenta y tengo tanto a la intemperie. Me levanto sin encender luces, para ver los rayos.
Entonces miro al cielo y sin que nadie me escuche les digo a mis represas que aguanten otro temporal.
Y a dios le pido que afloje un poquito, que no exagere, que no joda, le digo tuteándolo, y vuelvo a acostarme riendo de mi ruego, y abrazo a mi mujer hasta que escampe.
(Uruguay, septiembre 2006)