Alejandra C.

17-2-2018

La sincera

Era como era y lo llevaba a gala. “Yo es que soy muy sincera”. Vamos, que soltaba lo que quería a cualquiera y en cualquier momento. “Yo voy siempre con la verdad por delante”. Eran sus frases preferidas. No se arredraba ante nada ni ante nadie. Eso le había generado odios y rupturas importantes. “Es que la gente no soporta que le digan la verdad”. “Esas cortinas son horrorosas, perdona que te lo diga, pero ya sabes que yo soy muy sincera”, le dijo a su amiga Pilar. Y su amiga Pilar dejó de llamarla. A Juani cuando dio a luz a su primer hijo, le cascó: “Cuando sea mayor ya veremos, porque los niños cambian mucho, pero no he visto en mi vida un niño más feo que este”. “Ya sabes que yo no me callo nada”. Ni que decir tiene que cuando nació su segundo hijo, hacía años que Juani no saludaba a la sincera.
Aunque no era guapa, era bastante llamativa, alta, grandona se podría decir, y un pecho considerable que mostraba con orgullo con grandes escotes, y aún así, le costó echarse novio, y no por falta de pretendientes. A todos les encontraba algún defecto y lo peor es que se lo decía. “Eres muy simpático, pero un poco bajito”, “calvo, calvo no eres, pero se te ven las ideas, jaja”, “tienes nariz de aguilucho, ¿a quien has salido a tu madre o a tu padre?” Y tú, a tu p…madre, pensó el otro antes de dejar el cubata en la mesa y salir huyendo. Total, que se casó mayorcita con un pobre hombre bajito y calvo que jamás pensó en conseguir una mujerona como esa. Para ella fue un fracaso tal, que le costó perder muchos kilos. Pero no iba a cambiar su forma de ser por que la gente no aguantara un pelo. Cuando se encontró con Elena, una amiga de juventud a la que hacía más de diez años que no veía, después de los besos de rigor, mua mua, le dijo: “Pero cómo has engordado, ya me podías dar unos kilitos a mí”, y la otra, con sorna: “diez, te doy diez”. “¿Diez?, qué dices, yo con cinco tengo bastante”. “Que va, que va, te doy diez y todavía tienes que ponerte alguno por tu cuenta para estar bien”. “Jaja, tan graciosa como siempre”. Y tú tan gilipollas, pensó Elena cuando al despedirse se dieron de nuevo los malditos besos de rigor. Esa vez le costó recuperarse de la respuesta, pero eso no le impidió seguir con las andadas.


Yendo al mercado se encontró con una vecina del barrio, a la que hacía tiempo no veía por el gimnasio.
-Qué tal estás María, ¡cuanto tiempo sin verte!
- Sí es verdad
-Pues mira por donde, al que vi hace poco es a tu hijo, y la verdad es que lo encontré muy desmejorado.
-Sí, es que lo dejó la novia y lo está pasando mal.
- Pues, perdona que te diga, pero ya sabes que soy muy sincera, tiene pinta de yonqui.
¡¡¡Boom!!!, ¡Qué ostia le dio! Del puñetazo la sentó en el suelo desde donde la miraba desconcertada.
- No se puede ser tan sincera, le dijo María desde las alturas.
Y ahí la dejó, sujetándose los dientes, mientras le chorreaba la sangre por la comisura de los labios.
-Desde luego la gente no tiene arreglo, no soporta las verdades como puños, se decía así misma mientras intentaba levantarse y recobrar la compostura.

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